Cuando el alcalde de mi pueblo me comento que preparase un pequeño escrito sobre la profesión de mi abuelo, me hizo mucha ilusión al recordar que mi infancia ha estado rodeada de situaciones que tienen que ver con la panadería.
Al vivir en un zona de pequeños pueblos en la que todo el mundo conoce a gente de otros, cuando alguien de otro pueblo preguntaba de que casa era, yo les decía que era de “casa del panadero” o “nieta del panadero”.
Aprovechando esta oportunidad, no quiero dejar de contar una de las anécdotas más bonitas que me han pasado en la vida, en la Cabalgata de Reyes de Barbastro, cuando yo tendría unos cinco años, ningún niño quería subir a ver al Rey Baltasar, a mi la verdad que no me daba miedo. Así que mi padre me acerco a él y éste me pregunto si me había portado bien, yo le dije que si, y cual fue mi sorpresa cuando él me dijo que lo veía todo y sabía que mi abuelo hacia un pan muy bueno, yo alucinaba, al bajar se lo conté a mis padres y al llegar a Peraltilla se lo dije a mis abuelos.
Otra de las cosas que me vienen a la memoria es que los sábados por la mañana como no había colegio, nos encantaba subir al horno a mis hermanos y a mi, y allí mis abuelos nos dejaban que les ayudásemos a nuestra forma (éramos más estorbo que otra cosa). Aunque yo recuerdo haber aprendido como hacer, a partir de una hoja de papel de barba, una caja para luego llenarla con la pasta que preparaba mi abuela y después de pasarla por el horno salían las tortas de bizcocho que tanto nos gustaban.
Al estar viviendo con mis abuelos, tal y como me fui haciendo más mayor, fui consciente del sacrificio de la profesión de mi abuelo pues se levantaba muy temprano para preparar el pan de cada día ya que lo hacía en un horno que carecía de cualquier tipo de automatización, a pesar de todo adoraba su trabajo.
Otra de las vivencias relacionadas con mi abuelo y su profesión, fue que al poco tiempo de venir a estudiar a Zaragoza, el padre de una amiga me pregunto de que pueblo de la provincia de Huesca era, al decirle que de Peraltilla, me dijo que el pan de ese pueblo era muy bueno y que aguantaba mucho tiempo sin endurecerse; me contó que en un viaje que hizo con unos amigos a Suiza cogieron un saco lleno de panes redondos de dos kilos que hacía mi abuelo y se los llevaron para toda la semana que allí estuvieron.
Una vez enumeradas estas pequeñas pinceladas de mis vivencias personales al tocarme este tema tan de cerca, paso a hacer un breve relato de lo que ha sido la panadería en mi pueblo. La misma fue siempre propiedad del Ayuntamiento, estuvo gestionada por distintos panaderos antiguamente llamados horneros.
Remontándonos al periodo de la postguerra estuvo como hornero Don Joaquín Bernad, éste se encargaba en mandar amasar a distintas familias para realizar las hornadas y cocerlas. Algunas mujeres hacían el pan en sus casas y lo llevaban a cocer al horno, además de este pan para el propio consumo, también llevaban pan para vender a Barbastro.
El pan se realizaba con la masa hecho con harina y agua más la levadura madre hecha el día anterior, cada casa tenia su propia señal que consistía en presa, pizco, melico, hoyo y belulo para distinguir su propia masada.
Después del panadero anteriormente mencionado, estuvo Don Antonio Arroyos con su esposa Doña Dolores Badia, este panadero ya elaboraba todo el pan él mismo, aunque la harina se la llevaban las distintas casas y por los kilos de harina que entregaban, él les daba el pan que correspondía o habían tratado.
Tras su jubilación, se hizo cargo de la panadería Don Sinesio Calvo, que siguió gestionando el horno de la misma manera, lo único que cambió fue el sistema de cocción, que en lugar de calentarlo con leña lo calentaba con paja; sistema que siguió utilizándose mientras hubo panadería en Peraltilla.
El panadero que sustituyo a Don Sinesio fue mi abuelo, Don Antonio Franco, que bajo de Adahuesca para casarse con mi abuela, Doña Rosario Colungo, y que decidió dedicarse a esta profesión dado que era conocedor de la misma ya que sus padres eran panaderos y un hermano suyo también, que era el que continuo con el negocio.
A partir de entonces ya no llevaban la harina al horno, sino que era mi abuelo el que se encargaba de comprarla en las distintas harineras, pero el pan seguía haciéndose con el sistema tradicional. Aparte del pan, también se hacían tortas de masa y de bizcocho, y en ocasiones, pastillos para Navidad y almendrados para las fiestas del pueblo. La panadería estuvo abierta hasta que mi abuelo se jubiló el 28 de julio de 1990, después de estar veintinueve años de panadero en Peraltilla, con la gran suerte de no tener que dejar de trabajar por estar enfermo y así atender a todos los vecinos y clientes que venían de fuera a comprar el pan que él hacia.
Noelia Altemir Franco |
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